Por Luis Rodriguez Salcedo
Cuando Ricardo Martinelli, expresidente de Panamá, cruzó el umbral de la embajada de Nicaragua en su país, no lo hizo solo con su maleta: traía consigo una larga sombra de escándalos, condenas y una sentencia firme por corrupción. Su intento de asilo no es un caso aislado, sino otro capítulo en el curioso y preocupante libro de Managua como refugio diplomático de figuras de alto calibre… pero con cuentas pendientes.
De patria de Sandino a hotel cinco estrellas para prófugos, Nicaragua parece haberse reconvertido en los últimos años en una especie de «país buzón», donde llegan personajes con prontuario en lugar de pasaporte. Y es aquí donde la historia se pone interesante —o inquietante, según desde dónde se mire.
Una puerta giratoria para los suyos y una muralla para los críticos.
Mientras el gobierno de Daniel Ortega destierra, encarcela o despoja de su nacionalidad a periodistas, sacerdotes, estudiantes y opositores —al mejor estilo de las viejas dictaduras—, abre de par en par las puertas de sus embajadas para acoger a políticos caídos en desgracia… pero no por persecución ideológica, sino por corrupción, malversación y otros pecadillos judiciales.
Esta doble vara plantea una contradicción inquietante: ¿cómo puede un país que reprime brutalmente a quienes disienten del régimen ofrecer protección a quienes han saqueado las arcas públicas en sus propios países?
¿Asilo o encubrimiento?
El asilo político es una figura noble, nacida para proteger a perseguidos por razones de conciencia o ideología. Pero lo que se está viendo en Nicaragua parece más bien una distorsión de ese principio. El caso Martinelli se suma a otros nombres conocidos, como el expresidente salvadoreño Mauricio Funes y su hijo, ambos nacionalizados nicaragüenses en tiempo récord, como si el régimen de Ortega funcionara también como agencia de «trámite express» para prófugos VIP.
Incluso la sombra del narcotraficante colombiano Pablo Escobar se paseó por estas tierras en los años 80, protegido bajo el manto de la revolución. La tradición viene de lejos.
¿Por qué Nicaragua?
Nicaragua ofrece a los buscados tres cosas muy valoradas:
Un gobierno poco dado a colaborar con la justicia internacional.
Un sistema institucional débil y altamente controlado por el Ejecutivo.
Y un discurso «antiimperialista» que sirve para barnizar de persecución política lo que son en realidad delitos comunes.
Es una mezcla peligrosa de impunidad, oportunismo y cinismo.
¿Qué gana Ortega?
Ortega gana aliados, fichas de negociación, y sobre todo dinero. Porque muchos de estos personajes llegan con recursos, redes de contactos y cierta influencia regional. A cambio de refugio, podrían ofrecer inversiones, favores o simplemente lealtad. En tiempos en que la comunidad internacional le da la espalda, todo eso suma.
Refugio o caricatura de justicia
En este contexto, Nicaragua se convierte en una especie de paraíso tropical para los buscados. Un país donde el destierro es castigo para los inocentes y el asilo, recompensa para los culpables. Una caricatura del derecho internacional, disfrazada de soberanía.
Nicaragua no es ya la tierra de los volcanes y poetas. Hoy parece más bien una mezcla de Macondo con Alcatraz invertido, donde los perseguidos son los decentes y los refugios se ofrecen a los pillos. Un espejo de lo que no debe ser América Latina: un continente donde el poder se usa no para impartir justicia, sino para burlarla.
LRS