A veces, cuando observo detenidamente los anuncios que desfilan groseramente por la pantalla del televisor, trazo paralelos entre la creatividad de hoy, auxiliada por un ciberespacio cuajado de todo lo imaginable en tecnologías, y la creatividad romántica de los sesenta y setenta, cuando el único auxilio del copywriter residía en su imaginación y capacidad de encontrar un huidizo tercer discurso para satisfacer un mercado imperfecto como el nuestro.
Y al detenerme en esos pensamientos, surgen como ángeles las figuras de Juan Llibre, Roberto Ricart, José Vicente Dávila, Damaris Defilló, Guillermo de Marchena, Brinio Díaz, Nandy Rivas, Papi Quezada, René del Risco, Ramoncito Díaz, Freddy Ortiz, Miguel Alfonseca, Federico Pagés, Iván García, Franklin Domínguez y todos los que escarbaron ideas y propuestas que, convertidas en patterns, poblaron de respuestas positivas el
mercado dominicano.

Pero, ¿a qué obedecía la creatividad de esos años, que parecía guiada por el entusiasmo y debía clasificarse como “casi pura”? En mis investigaciones de los fenómenos que cubrieron y marcaron aquellos decenios de actividad publicitaria, siempre resplandecen los mismos resultados: fue una mezcla de inventiva y atrevimiento, mezclados al principio auspiciador de lo nacional, lo que motivó esa creatividad.
Sí, los conceptos creativos de aquel periodo brotaron cristalinos, plenos de una heurística que recordaba el repicar de campanas los domingos de gloria. Esa era la creatividad que emergía desde los jingles que musicalizaban Chiquitín Payán, Rafael Solano, Bienvenido Bustamante, Milton Peláez, Danny León, Jorge Taveras, Manuel Tejada, y otros consagrados músicos.

Definitivamente, aquel sistema publicitario de frases y de acuñamientos referenciales, transitaba entre coyunturas históricas y se nutría de un mercado abierto a las persuasiones enmarcadas en nuestras singularidades.
Por eso, se reproducían memorias enlazadas a nuestra historia y se mezclaban a los valores culturales con storytellins siempre vinculados a un país que emergía desde dictaduras e invasiones foráneas. Porque, ¿cómo se le podía pedir a los que protagonizaron aquella creatividad romántica que enmascararan y transgredieran sus valores culturales en provecho de los ordenamientos de un mundo que se abría arropado a la globalización?

Era, entonces, la oposición entre estructuras ideológicas que conducían la historia hacia sistematizaciones ético-culturales diferentes, en donde se comprimía al individuo a una condición de “integrado, émulo, émulo realizado, socio-consciente y dirigido”, de acuerdo al sistema VALS. Por eso, muchos de los creativos pioneros dijeron adiós y sólo unos pocos lograron insertarse en las transformaciones que surgieron a partir de esa década, cuando el mundo —empujado por la cibernética— comenzó a cambiar.
(Fragmento de mi libro “Breve historia de la publicidad dominicana”, 2017)

AL PIE: Fotografías de algunos destacados creativos de las décadas 60 y 70: Juan Llibre, Ramoncito Díaz, René del Risco Bermúdez y Nandy Rivas.
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