Nigeria entre la pólvora y la narrativa: ¿genocidio contra cristianos o conflicto complejo que Washington quiere “arreglar” a su manera?

El presidente de EE. UU., Donald Trump, dijo que “podría” enviar tropas o lanzar ataques aéreos en Nigeria para frenar lo que califica como “asesinato de cristianos” por “terroristas islámicos”. Abuja respondió que acepta ayuda, siempre que respete su soberanía. Entre tanto, los datos muestran un mosaico de violencias: Boko Haram/ISWAP en el noreste, bandolerismo y secuestros en el noroeste, choques entre ganaderos y agricultores en el cinturón central. Reducirlo todo a “genocidio cristiano” es políticamente útil para algunos, pero analíticamente pobre.

Trump a bordo del Air Force One, afirmó que no descarta tropas ni bombardeos en Nigeria. Antes ya había ordenado al Pentágono “preparativos” y amenazó con cortar ayuda.

La Presidencia de Nigeria dijo que cualquier cooperación debe respetar la integridad territorial; rechaza la etiqueta de “genocidio de cristianos” y pide no exagerar.

Boko Haram e ISWAP mantienen ofensivas y atentados, principalmente en el noreste. Víctimas: cristianos y musulmanes (estos últimos también son blanco de los extremistas cuando los consideran “no lo bastante musulmanes”).

Redes armadas controlan rutas, asaltan poblaciones y secuestran por rescate en el noroeste.

Existen disputas por tierra y agua entre agricultores (muchos cristianos) y pastores (muchos musulmanes fulani) con armamento cada vez más pesado; allí se concentran masacres con alto impacto en comunidades cristianas.

Organizaciones cristianas (Open Doors, Global Christian Relief) documentan altos niveles de asesinatos y ataques contra iglesias y aldeas cristianas.

Otras fuentes —incluida la prensa internacional y analistas locales— advierten que hablar de “genocidio cristiano” simplifica un escenario donde también mueren muchos musulmanes y donde pesan factores geográficos, criminales y estatales.

La USCIRF (comisión de libertad religiosa de EE. UU.) reconoce violencia dirigida a comunidades cristianas, pero enmarcada en una constelación de amenazas y actores armados; pide más protección estatal y justicia.

La narrativa de “proteger cristianos perseguidos” conecta con sectores religiosos y figuras mediáticas en EE. UU. y legitima la proyección militar allende fronteras.

En un Sahel en reconfiguración —golpes, salida de tropas occidentales, avance yihadista—, intervenir en el gigante nigeriano sería una señal estratégica.

La amenaza de cortar ayuda y la re-designación de Nigeria en listas de preocupación por libertad religiosa aumentan el costo político para Abuja.

Nigeria dice: cooperación sí, tutelaje no: “Bienvenimos asistencia contra los insurgentes, respetando soberanía”. El gobierno también combate la etiqueta de “genocidio” por considerarla inexacta y desestabilizadora.

La realidad es múltiple: hay persecución religiosa en zonas y momentos concretos y hay violencia no religiosa (criminal, territorial, política). Ambas coexisten.

Cuidado con los atajos: Llamarlo sólo “genocidio cristiano” borra víctimas musulmanas y beneficia agendas —locales y extranjeras—.

Bombardear o desplegar tropas sin mandato y consenso puede empeorar la fragmentación y fortalecer a los extremistas que viven del agravio soberano. La cooperación inteligente (inteligencia, justicia, protección civil, reforma policial, control de armas) suele rendir más que los misiles.

Nigeria no es un hashtag: es un tablero de conflictos entrelazados. La defensa de comunidades cristianas sí es una causa legítima, pero no autoriza atajos bélicos con fines de política interna en Washington. Si EE. UU. quiere ayudar, que empiece por fortalecer instituciones, perseguir finanzas criminales, apoyar a víctimas (de todos los credos) y exigir rendición de cuentas a autoridades y mandos militares nigerianos. Intervenir “a lo Rambo” vende clicks; resolver exige paciencia, inteligencia y respeto por la soberanía.