Por : Rafael Portorreal M. /
«Reducir la guerra a la figura de Putin es ignorar décadas de promesas incumplidas y tensiones acumuladas.» /
En la era de la inmediatez informativa, resulta preocupante la ceguera con la que muchos analistas de geopolítica miran el tablero internacional. El conflicto entre Rusia y Ucrania, que hoy ocupa titulares y preocupa a las grandes potencias, es visto por algunos de manera superficial, reduciendo la tragedia únicamente a las ambiciones del presidente ruso, Vladímir Putin. Tal lectura no solo es simplista, sino que ignora las raíces históricas y diplomáticas que explican cómo llegamos a este punto.
Los conflictos no surgen de la nada. Son el resultado de acumulaciones históricas, de tensiones, traiciones y promesas incumplidas. En este caso, es imposible obviar los acuerdos que, tras la disolución de la Unión Soviética, buscaban garantizar la seguridad de la Federación Rusa. Uno de los compromisos más significativos fue la no expansión de la OTAN hacia el Este, particularmente en lo referente a Ucrania, frontera natural y estratégica para Moscú.
Sin embargo, esas promesas se diluyeron con el paso del tiempo. La progresiva incorporación de países exsoviéticos a la OTAN y el debate abierto sobre la eventual integración de Ucrania representaron, para Rusia, una amenaza existencial. Ante ese panorama, era previsible que Moscú reaccionara con fuerza, aunque el mundo occidental prefiera presentar la historia como un guion de villanos y héroes en blanco y negro.
Reducir la guerra a una supuesta obsesión personal de Putin es evadir responsabilidades colectivas y cerrar los ojos a las señales que durante años se encendieron en el tablero internacional. Las tensiones actuales no son producto de un capricho, sino de una cadena de errores, incumplimientos y provocaciones que hoy desembocan en una tragedia con consecuencias globales.
La historia enseña que la seguridad de una potencia no puede construirse a expensas de la inseguridad de otra. En ese punto radica la miopía de quienes, desde la comodidad de los estudios de televisión o de sus columnas, omiten el trasfondo histórico y geopolítico del conflicto. Señalar a un solo culpable puede ser cómodo, pero difícilmente conduce a la paz.
El verdadero reto para el análisis responsable es mirar más allá de las narrativas dominantes y reconocer que la tragedia de Ucrania se gesta en los silencios, en los acuerdos no cumplidos y en la incapacidad de las potencias para entender que la seguridad internacional solo es sostenible cuando se basa en el respeto mutuo.

